Francesco Tonucci, creador de La Ciudad de los Niños: “Las ciudades tienen que elegir entre mejorar y desaparecer”

Francesco Tonucci, creador de La Ciudad de los Niños: “Las ciudades tienen que elegir entre mejorar y desaparecer”

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Autor | Tania Alonso En mayo de 1991, el ayuntamiento de Fano (Italia) organizó una semana dedicada a la infancia que cambiaría para siempre la ciudad. Niños y expertos participaron en congresos, exposiciones y encuentros que giraban alrededor de un punto común: la idea de poner a los más pequeños en el centro de la política. El último día, domingo, se cerraron las calles al tráfico para que pudiesen jugar. Para llevar a cabo el proyecto contaron con Francesco Tonucci, psicopedagogo, pensador y dibujante de la localidad. Cuando el ayuntamiento decidió que el evento debería repetirse, Francesco Tonucci aceptó con una condición: debía ser una iniciativa continuada en el tiempo, no un evento puntual.Así nació La Ciudad de los Niños, un proyecto que apuesta por poner al niño en el centro de la ciudad y la planificación urbana. Una solución que sirve para transformar las ciudades de una forma radical.Casi 30 años después de la primera experiencia en Fano, más de 200 ciudades de todo el mundo participan en la red, otorgando a los más pequeños un papel activo en el gobierno y devolviéndoles el espacio urbano que necesitan para poder disfrutar, al igual que los adultos, de su ciudad.

La Ciudad de los Niños nació con la idea de transformar el modo en que usamos las ciudades. ¿En qué se basa esta iniciativa?

Se trata de un cambio de punto de vista que nace de un análisis político, social, cultural y moral de lo que ha ocurrido en las ciudades en las últimas décadas, desde la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto las ciudades estaban destruidas y tuvieron que reconstruirse. Este es un proceso muy interesante que se repite cada vez que hay un desastre: tenemos una situación de destrucción que es también una ocasión para hacer cosas nuevas.La decisión que se tomó en todos los países occidentales fue la de reconstruir las ciudades no para todos, sino pensando en las necesidades de un ciudadano particular que yo defino como un adulto, varón, trabajador. La propuesta del movimiento es simple: sustituir del centro de las ciudades a este ciudadano por el niño o la niña.

¿Por qué los niños?

Esta idea se tomó como una provocación, pero es una elección que tiene un sentido moral, científico y legal. Moral porque nosotros (y hablo en nombre del adulto, varón, trabajador) hemos reservado el poder casi todo para nosotros y lo hemos manejado muy mal. No lo merecemos. Lo dice muy bien Greta Thunberg cuando dice: “¿Cómo osáis? ¿Cómo os atrevéis?” Es una denuncia muy clara: lo habéis hecho muy mal, habéis limitado nuestras expectativas.El segundo motivo es científico. Ya en el siglo pasado la ciencia y la neurociencia nos ayudaron a entender que lo que ocurre en la infancia es fundamental. La actividad neuronal de los primeros años no se repite por igual en el resto de la vida. Por lo tanto, ocuparnos de los niños es ocuparnos del futuro y del presente.Respecto al tema legal, entra en juego la Convención de los Derechos del Niño, que se firmó hace 30 años. Planteó un tema nuevo, bajo mi punto de vista de una forma revolucionaria: la ciudadanía de los niños. Por primera vez se les consideró ciudadanos con derechos. El artículo 12 dice que los niños tienen derecho a expresar su opinión cada vez que se toman decisiones que les afectan y que su opinión debe tenerse en cuenta. Es un compromiso impresionante, tomado hace 30 años por los dueños del mundo, los miembros de la Naciones Unidas.

¿Cómo se plantea este derecho en La Ciudad de los Niños?

Nuestro proyecto tiene dos ejes. El primero es el derecho de los niños a participar en el gobierno de su ciudad, su escuela o donde se encuentren. En esta propuesta no hay una actitud banal e ingenua de pensar que saben más, sino que se basa en la idea de que los niños pueden ofrecer diversidad a nuestra política. Los niños son distintos a nosotros: ven el mundo a una altura distinta, y no solo físicamente.Se necesita una acción voluntaria y consciente del adulto para preguntarles qué piensan. Cómo ven la ciudad, qué es lo que no funciona desde su punto de vista. Yo no lo sé, me olvidé de mi infancia. Los niños, con otras perspectivas, nos proponen cosas que para nosotros han perdido la importancia.El segundo es el derecho a tener autonomía, que también es una forma de participación. Los niños tienen derecho a participar con su presencia física en la vida de la ciudad de forma independiente y no solo como niños acompañados.

"No les dejamos salir a la calle porque pensamos que la calle es peligrosa; yo estoy convencido de que la calle es peligrosa porque no hay niños en ella"

No les dejamos salir a la calle porque pensamos que la calle es peligrosa; yo estoy convencido de que la calle es peligrosa porque no hay niños en ella. Que haya niños solos por la calle obliga a los adultos del barrio a hacerse cargo. Estar atentos, preocuparse, vigilar, pero de lejos, no agarrándoles de la mano. Esto construye un ambiente en donde hay gente atenta y cuidadosa, muy incómodo para un delincuente. Tenemos experiencias de que esto es así. Donde los niños se mueven con autonomía, aumenta la seguridad.

¿Qué importancia tienen la peatonalización y los espacios verdes para garantizar la autonomía de los niños?

Yo personalmente no soy tan partidario de peatonalizar. Al contrario, soy muy partidario de compartir el espacio, pero respetando unas prioridades que no son las de hoy. En la mente de nuestros administradores lo más importante es la movilidad privada, luego los medios de transporte públicos y por último los peatones o los ciudadanos que se mueven con autonomía, como los ciclistas. De esta forma, el espacio público está casi privatizado por el tránsito o el estacionamiento de los vehículos privados.No nos interesa tanto cerrar zonas de la ciudad como cambiar las prioridades. Devolver la ciudad a los peatones, situar en segundo lugar a los medios públicos y solo en el tercero a los vehículos privados. Estos deben disponer del espacio que queda una vez solucionadas las necesidades de peatones y medios públicos.

¿Cómo se puede transformar la ciudad para conseguir esto?

Ampliando mucho las aceras, reduciendo la calzada, evitando los aparcamientos en superficie y creando un camino complicado para los autos privados. Se trata de pensar la ciudad de otra manera y devolver a los ciudadanos el espacio público.

"Creo que una ciudad democrática debe ser una ciudad donde caminar sea el método más cómodo y sencillo de desplazarse"

A nivel ambiental esto tiene un impacto enorme, porque la contaminación se derrumbaría. Además, la salud de la gente mejoraría mucho. La OMS dice que tenemos que caminar todos los días. Creo que una ciudad democrática, preocupada por su presente y su futuro, debe ser una ciudad donde caminar sea el método más cómodo y sencillo de desplazarse.

Sin embargo, la mayoría de las ciudades no son así. ¿Qué peligros conlleva?

Hay muchas consecuencias en la salud de los ciudadanos. La diminución de la esperanza de vida tiene muchísimo que ver con la contaminación del aire, la reducción de la movilidad autónoma y la prisa que se vive cada día, que genera estrés.Hoy en día hablamos mucho de Greta Thunberg, quien merece toda nuestra atención. Creemos que solo denuncia el tema ambiental, pero no es así. Otro tema, casi el más vergonzoso, es que investigaciones de hace más de diez años demuestran que las futuras generaciones tendrán una esperanza de vida menor que la nuestra. Es una vergüenza terrible para mi generación. Nunca había ocurrido en la historia moderna: las generaciones han trabajado siempre para favorecer el bienestar de los que vienen. Si es verdad lo que estoy diciendo, significa que hemos traicionado totalmente nuestro papel como padres y abuelos.

Un tema fundamental en el planteamiento de La Ciudad de los Niños es el derecho a jugar. ¿Por qué es tan importante y cómo pueden garantizarlo las ciudades?

El juego es el verdadero trabajo de los niños, el deber más importante que deben cumplir. La ciudad debe ser jugable, pero no como es hoy en día. Cuando se dejó de permitir que los niños saliesen solos, se inventaron los parques infantiles. Espacios que abundan en las ciudades y son todos iguales, casi siempre cerrados. Cuando veo estos espacios y discuto con administradores, alcaldes o arquitectos siempre digo que parece que los proyectaron personas que no han tenido la suerte de ser niños.El lugar de juego de los niños debería ser el espacio público. Desde la puerta de casa hasta las aceras, todo es un potencial espacio de juego. Es absurdo que los niños vayan cada día al mismo lugar a jugar a los mismos juegos y de forma vigilada. Cada juego tiene su espacio adecuado, no puede ser que sean espacios elegidos por adultos que ya no recuerdan su infancia. Si conseguimos que los niños salgan de casa sin la compañía de los adultos, no tendremos que preocuparnos más por crear estos espacios.

La red cuenta con más de 200 ciudades involucradas. ¿Hay alguna que destaque?

Tenemos la experiencia de Pontevedra, una ciudad de nuestra red que recibe premios a nivel internacional. En Pontevedra se le ha quitado el poder de los coches y se le ha dado a la gente, reduciendo mucho las calzadas, ampliando las aceras y haciendo todos los pasos de peatones a la altura de la acera, consiguiendo que el camino de los peatones no baje ni termine nunca. Son los coches los que tienen que moverse. Esto reduce mucho la velocidad, el peligro, la contaminación y el ruido. La familia tiene más confianza y los niños pueden recuperar la calle como lugar de encuentro y de juego.Otras ciudades que se han movido mucho son Rosario, en Argentina, y Pésaro, en Italia. En esta última se dedicó mucho esfuerzo a mejorar la autonomía de los niños. Mi ciudad, Fano, también tiene mucha actividad, ya que el consejo de niños nunca se ha parado.

¿Crees que las ciudades podrán hacer frente a sus desafíos actuales?

Tienen que elegir entre mejorar y desaparecer. Yo creo que en este momento tenemos alternativas. Si el tema ambiental tiene una perspectiva de 15 años para llegar al punto de no retorno, debemos hacer cambios radicales.Hay ciudades que lo creyeron, como Oslo, que tiene proyectos y programas muy radicales para reducir la contaminación, o Pontevedra. Son modelos a imitar. Cada ciudad tiene sus características y debe adoptar diferentes soluciones, pero sobre cambiar o no cambiar no hay duda. Para sobrevivir hay que hacer cambios radicales.

¿Puede la tecnología ser una solución para conseguirlo?

Sí, por supuesto. Pero es un instrumento, no lo hará sola. Aprovechar la tecnología es un deber, esperar que cambie las cosas en nuestro lugar es una ingenuidad. Imágenes | Javier Barbancho, Charlein Gracia, Vita Marija Murenaite, Hugo Pretorius

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