Autor | Jaime Ramos y Raquel C. Pico
“La energía no se crea, ni se destruye, solo se transforma”. Esa transformación enunciada en la ley de conservación de la energía trajo de cabeza a buena parte del territorio europeo en los meses posteriores al inicio de la guerra en Ucrania y se ha convertido desde entonces en uno de los temas recurrentes en los análisis económicos, políticos y sociales. Al fin y al cabo, desde un primer momento, trastocó los planes comunitarios económicos y de sostenibilidad. A un par de años vista, la experiencia ha enseñado unas cuantas lecciones sobre el mercado de la energía y la transición energética.
El papel protagonista del gas natural en Europa
El gas natural no solo ha calentado hogares e impulsado industrias en Europa, sino que, además, ha servido como referencia para fijar los precios de la energía eléctrica.
Constituía un mecanismo de mercado que funcionaba hasta que el principal suministrador de gas al continente, Rusia, del que Europa importaba el 39,2% del gas, detuvo su relación comercial como consecuencia de la invasión de Ucrania, en febrero de 2022.
Esto se ha descubierto como una vulnerabilidad del sistema que ha provocado que el precio de la energía se disparase estacionalmente. En Alemania o España se superaron en el primer invierno de la crisis cifras de récord de 500 euros por megavatio hora. En Italia llegaron a los 713 euros.
Pero es que, además de ello, la Unión Europea se ha visto abocada a replantear su modelo de producción energética. La crisis no ha ido a más porque los países han atesorado una gran cantidad de reservas (curiosamente, una gran proporción en barcos gasísticos, porque salvo excepciones, la mayoría de países no cuentan con infraestructura de almacenamiento) y el invierno ha sido amable. Desde ese primer momento ya se temía que esto pudiese cambiar en los próximos inviernos y Europa vislumbraría una situación de angustia energética.
¿Qué ha hecho Europa para reducir la dependencia del gas?
A nivel institucional, la UE ha elaborado un plan para reducir su dependencia resumido en diez acciones específicas. Mientras que algunas apuntan a la creación de nuevas infraestructuras o acelerar la transición hacia las renovables, otras contemplan medidas de racionamiento energético que bien recuerdan a otras etapas históricas. Además de ello, está la tarea pendiente de simplificar la normativa para aunar intereses nacionales, luchar contra la fragmentación de los mercados y procurar un marco más eficiente.
La compleja situación con el gas, repleta de intrincadas sendas económicas y reformas institucionales, se podría resumir de forma sencilla bajo el paradigma de la economía neoclásica. Es decir, Europa necesita contener su demanda, al tiempo que mantiene el tipo con la oferta y el abastecimiento.
A esto se le suma una tercera variable: el sector energético de la UE había planteado una transición histórica hacia fuentes de energía limpias, como incrementar la cuota de renovables en los mix energéticos o redoblar la apuesta con el hidrógeno verde. La consigna fácil y sencilla es pensar que es el momento de acelerar estos planes.
Energías renovables para capear la crisis, ¿un plan con pegas?
Ahora bien, la situación actual en Europa ha redoblado la apuesta. Tomemos como ejemplo a Alemania, conocida como la locomotora económica de Europa y altamente dependiente del gas ruso.
En la primera parte de 2023, su mercado energético estaba de enhorabuena al alcanzar un récord de 57,7% en producción renovable. Entre otras repercusiones, esto ha incidido en retroceso en los precios del gas natural y, en relación, de la electricidad. Y es una buena noticia también porque, en Alemania, desde 2020, se había invertido la tendencia y el aporte de gases de efecto invernadero del sector energético había repuntado de forma preocupante. Más aún teniendo en cuenta que en 2035 esperan nutrirse solo de renovables.
Estas relajaciones estacionales marcan el camino hacia una menor dependencia de los combustibles fósiles, pero no todo es tan sencillo. En la industria de la automoción europea llevan varios años advirtiendo del peligro de pisar el acelerador más de la cuenta con la transición ecológica. Por ejemplo, el CEO de Stellantis, Carlos Tavares, ha avisado de los riesgos de imponer un modelo 100% eléctrico de movilidad sin detenerse sobre las repercusiones, no solo económicas, sino también sociales y de la propia sostenibilidad.
Entre los riesgos anunciados tanto por Tavares, como por otros agentes en la industria, están los del desabastecimiento, el incremento de los precios o que las virtudes que se anuncian actúen como rigideces que desaliente la inversión en el territorio europeo.
Planes de cambio en energía
Europa ha priorizado la transición energética y ha intentado paliar en estos años la situación para sus habitantes con medidas que limitaban el coste de la energía. El objetivo a evitar era el de tener que caer en restricciones energéticas directas sobre la población. Los diferentes países europeos pusieron en marcha una serie de medidas para reducir el despilfarro energético, como el apagado de luces decorativas, el establecimiento de temperaturas máximas en calefacción y refrigeración de espacios o el reforzado de las medidas de eficiencia energética en espacios públicos. No hubo cortes de electricidad o calefacción para la ciudadanía, como se llegó a temer en un primer momento.
De la experiencia se sacaron importantes lecciones sobre el uso de la energía, que ayudan a perfilar los planes energéticos o llevan a que las energías alternativas se vean con mejores ojos. Apostar por nuevos modelos de construcción —como las casas pasivas— o reforzar el uso de renovables ayuda a reformular el mercado energético y evitar situaciones parecidas en un futuro. Cuestiones como la independencia energética se han convertido en piezas cruciales del debate político e ideas como el uso de la geotermia han vuelto a ser de interés.
Desde este verano, el mercado de la energía en Europa está regulada por el Reglamento (UE) 2024/1747 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 13 de junio, que quiere “reducir sus fluctuaciones y proteger a los consumidores de las variaciones de precios”, garantizar el suministro y apostar por las renovables, como apunta un análisis de Cuatrecasas. La norma quiere mantener unos precios competitivos de la energía para la ciudadanía, justo ahora que terminan las bonificaciones de impuestos que pusieron en marcha algunos países y cuando los últimos datos de la Comisión demuestran que Europa sigue teniendo un problema serio de pobreza energética. Al mismo tiempo, apuntala los objetivos de sostenibilidad al marcar una senda para el uso de energías alternativas y limpias.
El Pacto Verde Europeo busca la neutralidad climática de la UE para 2050. La descarbonización y el salto a las energías limpias son fundamentales para conseguirlo.
¿Qué medidas están aplicando las ciudades con el gas?
El ámbito urbano tiene un papel más que relevante que jugar a la hora de protagonizar la evolución del modelo europeo con el gas y la energía. Las ciudades europeas no escapan de los números que dan las Naciones Unidas que indican que las ciudades “requieren un suministro ininterrumpido de energía. Consumen aproximadamente el 75% de la energía global y son responsables de entre el 50% y el 60% de los gases de efecto invernadero”.
La UE ha lanzado varios proyectos vinculados buscando incorporar y aunar fuerzas entre las distintas ciudades que pueblan el territorio comunitario, planes estatales aparte. Esta primavera, se sellaron una alianza inter-europea que sirvió para que los líderes locales presentaran ejemplos y medidas que habían funcionado en sus regiones. Entre los asistentes a la cita, se encontraban los alcaldes de Milán, Friburgo o Lodz.
Del smart lighting de Helsinki a la perspectiva social de Gante
Las medidas se enmarcaban en diferentes categorías que iban desde la introducción de nuevas normas e impuestos, hasta la renovación de infraestructuras, el impulso de la movilidad alternativa y la creación de comunidades energéticas. En Helsinki (Finlandia), por ejemplo, han mostrado como este periodo ha servido de acicate para cambiar a un modelo de iluminación inteligente.
El alcalde de Gante (Bélgica), Mathias De Clercq, reconocía que las consecuencias de la crisis económica habían golpeado con dureza en la esfera local: “la gente tiene dificultades para pagar sus facturas, las empresas han tenido que recortar sus costes y las finanzas locales están sometidas a presión”.
Para paliar esto, indica que se ha realizado una doble aproximación. Por una parte, se ha tratado de redirigir el consumo aplicando estrategias sencillas de ahorro, fijando como en otras tantas regiones un margen de temperatura en el interior de los edificios o financiado a aquellos que lo pasan peor. Se ha habilitado, incluso, un servicio telefónico que ayuda a las empresas y los residentes a rebajar sus facturas. Por otra parte, se han empezado aplicar políticas proactivas de abandono de los combustibles fósiles.
Entre las prioridades de la estrategia de Gante, y que coinciden en otras ciudades como Lyon (Francia), está la de prevenir la exclusión social. Y es que, la cuestión con el gas en Europa ha tenido parte de efecto látigo. Aunque el primer movimiento se ha asumido a una escala macro-económica, es en el extremo local donde se experimentan las consecuencias más virulentas y perniciosas del golpe. Si no se atajan priorizando esta perspectiva urbana, la transición ecológica y la descarbonización se verían comprometidas.
Ciudades, energía y neutralidad climática
Las ciudades son piezas fundamentales en el camino hacia la neutralidad climática, ya que de ellas sale el 70% de las emisiones globales de CO2. Sus cambios normativos, la participación comprometida de sus habitantes en esta transición y la incorporación de innovación y nuevas herramientas que potencien la transición energética resultan fundamentales para lograr la transformación. Algunas iniciativas, como la EU Cities Mission, están creando ya redes de ciudades pioneras encaminadas hacia la neutralidad.
Sus iniciativas son también una oportunidad para aprender y exportar ideas. Colonia (Alemania) y Soria (España) protagonizan ahora mismo un proceso de intercambio de información. Son “twin cities” dentro del programa, aprendiendo en paralelo sobre lo que funciona y creando modelos que operen en sus urbes de forma concreta.
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