Autor | Jaime RamosUna granja solar no requiere de una localización ubicada en el desierto para ser eficiente. Tampoco son precisas grandes superficies para explotar todo el potencial de la energía solar. Gracias a los desarrollos tecnológicos de este milenio, la obtención de energía eléctrica fotovoltaica se puede adaptar de forma versátil a edificios y todo tipo de mobiliario.De hecho, ya existen numerosas ciudades que se plantean las virtudes de este tipo de producción renovable de energía. Según un estudio del Centro de Investigaciones y Políticas de Medio Ambiente de Estados Unidos, en los últimos seis años la generación de energía eléctrica de origen solar se dobló en 45 de las 57 mayores ciudades del país.Se confirma, de este modo, que la producción fotovoltaica se integra en la hoja de muchas de las grandes ciudades. Al mismo tiempo, surgen algunas dudas sobre si las ciudades son un escenario adecuado para albergar miles de paneles solares.
Ciudades solares: ¿granjas energéticas urbanas?
Los grandes cambios a escala energética no se caracterizan por una sutileza especial para pasar desapercibidos. Los ciudadanos de muchas urbes que ya apuestan por la energía solar muestran su malestar sobre ciertos aspectos de la misma. Algunos creen que las granjas solares no pertenecen al espacio urbano, desterrando del todo la idea de las ciudades solares.Por ejemplo, los vecinos de Fremantle, en Australia, se quejan de los peligros tóxicos de la instalación que planifican las autoridades, junto con la contaminación lumínica y acústica derivada de los paneles solares. Este proyecto consiste en la ocupación de un terreno urbano de unas ocho hectáreas para la construcción de la mayor granja solar del país alojada en el interior de una ciudad. La estación propiciaría 4,9 MW de energía eléctrica, aproximando a Fremantle a su objetivo de alimentarse de energía 100% renovable.
Los retos de las ciudades solares
Con todo, los beneficios de las ciudades solares superan con creces a esos primeros obstáculos. En primer lugar, porque muchos, como el ruido o el riesgo de exposición a sustancias tóxicas, son temporales, controlables y se refieren solo a la etapa de la instalación.En segundo lugar, la naturaleza de la producción fotovoltaica entraña ventajas que van más allá de su conocido carácter renovable y limpio. Y es que supone un ahorro considerable en el ámbito del transporte y la distribución de energía eléctrica. Consiguen, de este modo, un acercamiento único entre la obtención y el lugar donde se demanda. Esto repercute, a su vez, en su eficiencia.Las ciudades solares resultan, por tanto, una de las claves para hipotéticos desafíos como los riesgos de déficit energético urbano. Ante esta situación, los expertos estiman que la producción de energías renovables de las ciudades rozará el 40% en 2060.
Democratizando la energía
Otro de los factores beneficiosos de las ciudades solares tiene que ver con su perspectiva social. Aunque algunos colectivos de la industria energética no les guste demasiado la idea, las aplicaciones fotovoltaicas permiten individualizar la producción, llevándola al ciudadano de a pie. Esto abre la puerta a una gestión más inteligente.El proyecto SOLIS de Lisboa constituye un buen ejemplo de los beneficios que esto puede acarrear. Este ofrece a ciudadanos, autoridades locales y negocios la posibilidad de sumarte a la instalación de soluciones solares. De este modo, se pretende alcanzar una producción de 8 MW en 2021 y llegar a los 103 MW en 2030.Estos casos parecen confirmar que, aunque sea a ritmos dispares, las grandes urbes se irán pareciendo con el paso de los años a la imagen ideal de la que está dotada una ciudad solar.Imágenes | iStock/kynny, iStock/Appfind y Dennis Schroeder (CC)