Autora | Raquel C. Pico
Cada año arden más los bosques. Es algo que se ve a lo largo de todo el globo y que puede tener terribles consecuencias para el planeta y las personas que viven en él. Las cifras demuestran que los incendios forestales se han ido volviendo peores: según datos que recoge World Resources Institute, actualmente arden el doble de árboles que hace 20 años. A esto se suma que una estadística de 2022 del Programa Medioambiental de Naciones Unidas ya estimaba que los incendios forestales escalarían en un 14% antes de 2030, un 30% antes de 2050 y un 50% para finales de este siglo. Esperar que se produzca un superincendio parece casi algo por descontado.
Pero esta tendencia al alza tiene consecuencias y, especialmente en algunas regiones, puede convertirse en una catástrofe. Las voces científicas ya advierten que los incendios forestales globales impactan en El Niño, lo que altera los patrones del tiempo y modifica las pautas de precipitaciones. En Asia, puede suponer episodios de sequía más largos.
Igualmente, el fuego agrava el cambio climático. Su contaminación del aire tiene consecuencias. Y dado que para entender por qué arden más ahora los bosques y montes hay que ir a los efectos de la emergencia climática, esto supone entrar en un bucle. Las consecuencias del cambio climático alimentan los incendios y estos al mismo tiempo agravan la emergencia. De una polución del aire nace más contaminación atmosférica.
Coste para Asia
Todo esto lleva a que los incendios sean cada vez más voraces, superincendios, y esta voracidad sube las posibilidades de consecuencias catastróficas. A la lista de episodios devastadores, como tormentas solares y otras realidades apocalípticas, habría que sumar los incendios a gran escala.
Un superincendio podría arrasar con cantidades de terreno demasiado elevadas —lo que llevaría a perder una parte importante de los pulmones del planeta— y tener costes económicos y humanos indirectos excesivos. Por ejemplo, un superincendio en los bosques de Siberia pasaría factura a toda Asia, como ha demostrado un grupo de investigación de la Universidad de Hokkaidō (Japón) en un reciente estudio. Para llegar a sus conclusiones, los científicos usaron los datos que generó un superincendio que se produjo en 2003, pero partiendo de la base de que sería todavía peor.
Para los países asiáticos supondría mayor contaminación atmosférica, un agravamiento de las enfermedades respiratorias o una bajada de temperatura. En el cómputo de pérdidas humanas, supondría 23.000 muertes más anuales en Japón, 6.000 en China y 4.800 en Corea del Sur. Las pérdidas económicas también serían elevadas, con una horquilla que va de los 83.800 millones de dólares para el país peor parado (Japón) a los 15.300 del mejor (Rusia).
Aun así, y aunque no se produzca este patrón de forma exacta, los incendios forestales tienen efectos muy negativos en la calidad de vida del continente, efectos a los que las ciudades no podrán escapar.
Un problema urbano
A primera vista, podría parecer que los incendios forestales no son un problema de las ciudades. Al fin y al cabo, lo que arde es el campo, lo rural, y no el centro urbano, sus calles y edificios. Sin embargo, la realidad está muy lejos de ser así. Esos cada vez más habituales superincendios tienen un coste para las ciudades, tanto directo como indirecto.
Uno de los ejemplos más recientes que ayudan a entenderlo es el superincendio forestal que arrasó Quebec (Canadá) en el verano de 2023. La calidad del aire en Nueva York se desplomó por culpa de las emisiones del incendio, hasta llegar a ser mala para la salud, y el humo oscureció incluso ciudades del oeste de Europa, consiguiendo cruzar el Atlántico. Los incendios no conocen fronteras. Igualmente consiguen saltar con sus llamas de un lado al otro de las fronteras de diferentes países, como logran que el humo, las emisiones y su polución viajen mucho más allá de su área geográfica.
Para las ciudades, esto implica que, aunque no son el espacio en el que está ocurriendo, sí reciben su impacto. Según un análisis del Foro Económico Mundial, los incendios forestales impactan en las ciudades haciendo que la calidad del aire sea nociva, empeorando el cambio climático, aumentando el riesgo de inundaciones, poniendo en peligro las reservas de agua y generando pérdidas económicas. Es algo que sucede en todo el mundo, pero que resulta especialmente preocupante para las ciudades asiáticas, puesto que agrava algunos de sus problemas más acuciantes. Cuestiones como la calidad del aire son ya un reto importante: un estudio de IQAir acaba de concluir que las 100 ciudades con peor aire están en Asia.
A la contaminación urbana, derivada del uso de combustibles fósiles, se suma el problema de nieblas tóxicas que viven algunos de los países de la región, como Indonesia o Malasia, y que está conectado, de nuevo, con los incendios. El 40% de las turberas del mundo está en el sudeste asiático. La sequía y la deforestación —como la que se vincula al cultivo del aceite de palma— las hacen mucho más débiles ante el fuego. Cuando arden, generan una niebla tóxica, smog, dado que, al final, una turbera está llena de turba y este es un combustible. La niebla llega a las ciudades y empeora aún más su contaminación atmosférica.
Al mismo tiempo, también empeora la salud mental. La ansiedad y la tristeza escalan, como demuestra un estudio del MIT sobre los efectos de los incendios forestales en el sudeste asiático. Lo hace no solo en las zonas directamente afectadas, sino también en aquellas a las que llegan sus consecuencias, como las ciudades. «Tiene un impacto negativo sustancial en el bienestar subjetivo de las personas”, explica Siqi Zheng, profesora del MIT y responsable del estudio. “Es un gran efecto”.
Los costes del futuro
Ya en su informe de hace un par de años, la ONU alertaba de que las soluciones habituales contra los incendios forestales no estaban funcionando. Los efectos de no frenar estos superincendios podrían ser terribles para la salud de las personas y el planeta, alertaban.
Para las ciudades, supondrían agravar algunos de sus problemas actuales, pero también potencialmente abrir otros. El endurecimiento del cambio climático se conecta con más desplazamientos de personas: aunque es una consecuencia muchas veces olvidadas, está en el corazón de las migraciones. Para las urbes, podría suponer una mayor presión demográfica en el futuro. El mayor campo de refugiados está ya en una ciudad asiática.
Igualmente, los superincendios diezman los bosques, lo que reduce la capacidad de limpieza de CO2. La muerte de los árboles y de las superficies verdes, como la tundra, libera a su vez el dióxido que se había acumulado en esos reservorios de nuevo a la atmósfera, lo que crea un nuevo problema. Por otro lado, la deforestación acerca la vida salvaje a los espacios habitados por los seres humanos y abre la puerta —acercando vectores a potenciales víctimas— a nuevas enfermedades y crisis sanitarias similares a la pandemia. Dada la elevada población de muchas ciudades asiáticas, esto podría ser devastador.
Imagenes | | Photoholgic, Matt Howard