Autora | Raquel C. Pico
El titular fue apareciendo en los medios de comunicación a lo largo de los primeros meses de 2004: España había registrado en 2023 322.075 nacimientos, una cifra que, como insistían las primeras planas, era la más baja desde que se medía desde 1941. El número de nacimientos no era una rareza: los medios llevan años comparando las tasas de fecundidad en el país con las de los años de la Guerra Civil y la dura posguerra. En España, los nacimientos son similares a los del período más duro de su historia reciente y los temores a la despoblación van en aumento.
El caso español es un ejemplo de tantos, porque los reportajes y entrevistas que se preguntan por la caída de la natalidad y la potencial despoblación se repiten en los medios de comunicación de muchos países. Igual que ocurre en este país, también en los demás la edad media de la maternidad se ha retrasado, el número medio de hijos por familia ha caído y el porcentaje de personas que optan por no tener descendencia ha ido subiendo. La tasa de fecundidad en España es de 1,19 hijos por mujer, pero la de Francia está en los 1,83, la de Italia en 1,25, la de Portugal en 1,38 o la de Estados Unidos de 1,7. En Reino Unido, se habla de que es la más baja en las últimas dos décadas.
La tasa de natalidad global está en los 2,3, según las estimaciones del Banco Mundial. Lleva en caída desde 1963, cuando era de 5,3. A pesar de ello, la cifra global de población sigue estando en parámetros de crecimiento. Los últimos datos de Naciones Unidas estiman en un crecimiento de 2.000 millones de personas la evolución en los próximos 30 años, alcanzando 9.700 millones de habitantes en 2050 y 10.400 millones en la década de los 80.
La cuestión del declive de la población mundial parece lejana viendo esos números totales, pero la realidad es muy compleja y está llena de matices. La caída de la natalidad ha sido un patrón que se ha ido repitiendo en las economías del llamado norte global a lo largo de las últimas décadas, pero que empieza también a registrarse fuera de esos entornos. Como concluye el CEO de Ipsos, Darrell Bricker, en una estimación publicada en la web del Foro Económico Mundial, la caída es ya, de hecho, global. Y, en lugar de producirse un baby boom tras la pandemia, la crisis de la COVID-19 ha acelerado el declive poblacional en no pocos países.
Igualmente, el retroceso en nacimientos ha estado muy conectado con los procesos de despoblación del mundo rural, que ha visto cómo una población muy envejecida no da paso a nuevos habitantes. Nada más paradigmático de los problemas del campo que el cierre de la escuela local.
Aun así, las ciudades no permanecen al margen de estas tendencias. Los patrones demográficos no solo podrán cambiar su fisonomía futura, sino que están ya obligando a tomar decisiones ahora en áreas como los servicios o las inversiones públicas.
¿Está cayendo la tasa de natalidad?
Paralelas a todas esas informaciones que los medios suelen publicar sobre el retroceso poblacional, suelen aparecer también reportajes que comparan el número de mascotas con los de infancia de esos países. En España, hay un superávit a favor de los perros de 3 millones, una cuenta viral en las últimas semanas en redes sociales y que se ha usado para sintetizar una cierta percepción sobre por qué cae la natalidad y por qué algunas zonas del país se enfrentan a la despoblación. La realidad es mucho más compleja que sintetizarla en que la ciudadanía prefiere una mascota al exigente trabajo de criar a un niño o a una niña.
En los países desarrollados se cree que la desigualdad de géneros puede ser uno de los factores que explican el declive poblacional. La penalización profesional que supone para las mujeres ser madre y la falta tanto de conciliación como de una red de apoyos en el cuidado retrasan o directamente eliminan la maternidad. En países como Corea del Sur, explicarían unas tasas de maternidad mínimas (0,81 hijos por mujer).
A eso se suman la precarización —que afecta fundamentalmente a las generaciones Z y Millennial, actualmente en edad fértil— y la incertidumbre económica. En Estados Unidos, 1 de cada 5 adultos, como concluye un estudio de la Universidad Michigan State, no quiere tener descendencia.
No menos importante es el cambio global de modos de vida: a medida que se produce un salto a las ciudades, también cae el número medio de hijos e hijas por familia. Las ciudades son el gran polo de atracción poblacional global del siglo XXI.
Las consecuencias del declive poblacional
Las conexiones entre las ciudades y la tasa de natalidad no se limitan a explicar las razones, también emergen en las consecuencias. Una de ellas será la de la ya mencionada despoblación, que se convertirá en un problema serio para las urbes del futuro.
Un estudio de la Universidad de Illinois Chicago concluyó que el 43% de las ciudades de Estados Unidos analizadas perderán población de aquí a 2100. Solo las grandes aglomeraciones urbanas —por mucho brillo que hayan perdido en la pandemia— verán un crecimiento en su número de habitantes. Los efectos del cambio climático, los costes de la vida y el declive de la tasa de nacimientos serán las claves para que esto ocurra, como apunta la investigadora principal, Sybil Derrible.
Las ciudades de tamaño medio se podrán enfrentar en un futuro no tan lejano a una situación de declive poblacional similar a la que ahora mismo sufre el mundo rural. Es, de hecho, algo que está pasando ya en las de pequeño tamaño en algunas regiones de Europa.
Todo esto obligará a tomar decisiones desde el urbanismo, especialmente si se tiene presente que, paralela a la caída de nacimientos, se está produciendo un envejecimiento de la población. Todos estos elementos dejarán algunas infraestructuras y servicios urbanos obsoletos y obligará a desarrollar otros.
Como apuntan los expertos Natalia Rossetti y Ramón Pablo Malagrida en un artículo en Desacatos: Revista de Ciencias Sociales, las ciudades europeas deben ya asumir una serie de buenas prácticas para responder a este desafío. Los casos de éxito apuntan direcciones a seguir: ellos lo ejemplifican con las propuestas de Zaragoza, en España, de crear “comercios amigables” para personas mayores, la de Oslo, Noruega, de apostar por servicios de movilidad low-cost, la de Ámsterdam, Países Bajos, de usar la cultura y el debate para acercar el envejecimiento a la población o la de Barcelona, de nuevo en España, de apoyar la cohabitación intergeneracional en hogares compartidos. Se trata de fomentar la convivencia y responder a los problemas de esta población de más edad.
Porque, al final, las cuestiones demográficas tienen un alcance que va más allá de contar cuánta gente vive en cada lugar. Se conectan también con cuestiones económicas, sociales y hasta políticas. En todas esas interconexiones están ya las ciudades, que tendrán que incluir tanto la despoblación como el declive de la tasa de natalidad en sus estrategias y previsiones.