Autora | Raquel C. Pico
En 2011, Japón registró primero un terremoto y después un tsunami, que tuvieron consecuencias devastadoras. La magnitud del terremoto alcanzó los 9,1 grados en la escala Richter y sus efectos, sumados a las olas del tsunami que provocó, que alcanzaron hasta los 40 metros, dejaron cifras de fallecidos de 19.759 personas. Sus ramificaciones generaron a su vez otras catástrofes, como el desastre de Fukushima.
Qué ocurrió en Fukushima
Antes de 2011, el 30% de la electricidad consumida en Japón venía de la energía nuclear. La prefectura de Fukushima contaba con una planta nuclear con seis reactores situada en Ōkuma, cerca de la costa. En el momento del terremoto, no estaban operativos todos los reactores, pero eso no impidió que la protagonizase uno de los desastres nucleares más graves de la historia. En 2021, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (NISA) le otorgó el nivel de gravedad 7, que es el mismo que tiene el desastre de Chernóbil. De hecho, solo Chernóbil supera a Fukushima en el ranking de los peores accidentes nucleares registrados.
En el momento del terremoto, se activaron los planes de seguridad —Japón tiene planes muy claros de emergencia ante terremotos— y se apagaron los reactores. Sin embargo, el tsunami que siguió al temblor tuvo un efecto nefasto sobre los generadores de emergencia que se encargaban de enfriar el calor residual que habían generado los reactores. Su fallo llevó a que se produjesen explosiones de hidrógeno, lanzándose emisiones radioactivas a la atmósfera y vertiendo agua contaminada al Pacífico. Ese fue el punto de partida para el desastre nuclear de Fukushima.
En ese primer momento, se evacuó a unas 154.000 personas en un radio de unos 30 kilómetros de la central.
Qué pasó tras el desastre
Frente a las cifras de Chernóbil, el balance del desastre de Fukushima solo dejó 16 trabajadores heridos y un muerto directo asociado (tras reconocer en 2018 el gobierno japonés que su muerte por cáncer estaba conectada con el accidente nuclear). Aun así, algunas voces recuerdan que en el proceso de evacuación de la población también murieron algunas personas.
Los efectos en la salud de la catástrofe de Fukushima
Más allá de las víctimas directas que tuvo en un primer momento el accidente, a la opinión pública le preocupó desde ese mismo instante qué efectos iba a tener el desastre de Fukushima sobre la salud física y mental de la población en el medio y largo plazo.
Los datos de los organismos oficiales invitan al optimismo. Un estudio de la OMS de 2013 aseguró que la radiación de Fukushima no iba a causar un crecimiento de cáncer y una investigación de la ONU de 2021 confirmó que no se habían registrado efectos negativos sobre la salud de los habitantes de las zonas afectadas por la catástrofe nuclear. Pero, a pesar de ello, algunas investigaciones matizan esos datos, señalando que los parámetros de bienestar de las personas que vivían en las zonas afectadas por el desastre de Fukushima han empeorado.
Una investigación realizada por expertos de varias universidades japonesas en 2018 apuntó que los evacuados mostraban signos de malestar psicológico cuando se medían sus emociones, su satisfacción vital o su felicidad general y que su contexto —como no encontrar trabajo en el lugar de evacuación o estar separado de los seres queridos— lo agravaba.
Igualmente, las organizaciones ecologistas han sido muy críticas con los efectos que la radiación de Fukushima ha tenido en el medioambiente, especialmente al hilo de los vertidos de aguas contaminadas al Pacífico.
La reconstrucción de Fukushima
La central se sitúa en la prefectura de Fukushima, una zona urbana en la que vive en la actualidad cerca de dos millones de personas. Por tanto, la reconstrucción de las zonas directamente afectadas es también una cuestión de urbanismo y de gestión urbana.
A medida que han ido pasando los años, se ha ido reduciendo la superficie considerada zona de exclusión por los efectos de la radiación de Fukushima, aquella en la que no se puede vivir ni tampoco acceder sin un permiso oficial. La estadística más reciente de las autoridades japonesas señala que ya solo el 2,2% de la prefectura sería zona considera “de difícil retorno”. Más allá de esa área concreta, se puede hacer vida completamente normal en el 97,7% de la prefectura, según publica el organismo responsable de la reconstrucción, que insiste en que el aire, la comida o el agua están limpios y son adecuados para el consumo humano.
Los trabajos de reconstrucción se han centrado tanto en intentar recuperar la imagen pública global de la zona afectada como en recuperar los pueblos y ciudades afectados para sus habitantes. Así, entre los planes de revitalización también se incluye el reposicionamiento de la zona, para que no se conecte con el desastre de Fukushima sino con su “belleza natural, historia y cultura”. El museo que recoge la historia del desastre quiere posicionarse no como una parada de dark tourism, sino como una de “turismo de la esperanza” y funcionar como un recurso educativo.
Si en un primer momento la zona estaba llena de “pueblos fantasmas”, abandonados a toda velocidad por las personas que allí vivían, a medida que han ido pasando los años se han ido abriendo nuevamente diferentes poblaciones tras la puesta en marcha de “planes para el establecimiento de zonas residenciales específicas para el retorno y para la mejora del medio ambiente”, como explica la web oficial. En ellos se incluye la descontaminación de superficies y la demolición de viviendas. Más allá de los efectos del accidente nuclear, los edificios también se vieron afectados por la subida de aguas del tsunami y las inundaciones, así como por la larga década de abandono.
Parte de la población ha vuelto, aunque no lo ha hecho la totalidad. Volver al pueblo que se había dejado atrás se siente como que “finalmente llegamos a la línea de comienzo y podemos centrarnos en recuperar la normalidad”, como le decía una de esas personas a la CNN cuando volvía en 2022 a Katsurao.
El retorno a Futaba ese mismo año evidencia los problemas vinculados al proceso, como recoge The Guardian. Por un lado, estas localidades se enfrentan a la dificultad de recuperar la totalidad de la población previa, ya que sus habitantes han encontrado trabajo y vidas nuevas en otros lugares de Japón. Por otro, la ausencia de servicios y el hecho de que la zona es todavía un espacio en reconstrucción frenaban el interés por la vuelta. Solo el 10% de los habitantes previos al desastre deseaba volver. Un 60% no pensaba hacerlo. No menos importante es el hecho de que un 46% de los evacuados todavía teman los efectos de la contaminación, como señala un estudio de la Universidad Kwansei Gakuin.
Recuperar espacios tras desastres es posible, como demuestran las historias de las ciudades reconstruidas tras una guerra. Es un proceso lento y lleno de retos. Las autoridades japonesas calculan que se necesitarán unos 40 años para descontaminar por completo la zona afectada.
Cómo el desastre de Fukushima cambió el futuro
Las ramificaciones del accidente de Fukushima van más allá de lo que ocurrió de forma directa en la zona afectada. El desastre nuclear impactó de forma negativa en la percepción de la energía nuclear. Varios países europeos aceleraron sus planes de desnuclearización y Japón redujo su dependencia de esta fuente de energía (de ese 30% pasó a ser el 5% de su mix energético). Los intentos políticos por recuperar la energía nuclear en Japón no han prosperado y el rechazo entre la población todavía supera al apoyo.
Fukushima tuvo un efecto indirecto sobre las energías renovables, que ya estaban muy presentes en la agenda —y que se habían diversificado añadiendo nuevas posibilidades, como el hidrógeno verde— y que ganaron aún más presencia. De hecho, las autoridades japonesas se han comprometido a usar las tierras abandonadas y contaminadas de Fukushima para establecer 11 granjas solares y 10 parques eólicos, algo que ya está en marcha como confirman las fotos del NASA Earth Observatory del antes y el después de esa zona.
Fotos | krestafer/iStock