Autora | Raquel C. Pico
Frente a la agricultura orgánica —centrada en usar únicamente los recursos de la naturaleza—, están emergiendo otros modos de afrontar los cultivos. Algunos pasan por la tecnologización del campo, otros por usar organismos modificados genéticamente para ganar en eficiencia.
Los organismos modificados genéticamente —también llamados GMO, por sus siglas en inglés— nacen de la ingeniería genética: se realiza una selección de aquellas características que son más deseables.
Por ello, los beneficios de los cultivos modificados genéticamente son transversales a muchas de las cuestiones que en los últimos años se han asentado como las grandes preocupaciones del presente. Pueden ser más resistentes y resilientes a los efectos del cambio climático —por ejemplo, se pueden ajustar para que sobrevivan mejor a la sequía— o aportar más nutrientes a quienes los consumen. Esto último —junto con su potencial para ser más productivos— es uno de los argumentos que esgrimen quienes defienden el potencial de la GMOs para luchar contra el hambre en el mundo y hacer que los países del sur global sean más autosuficientes en cuestiones alimentarias.
Incluso, todas estas capacidades podrían tener un papel en el camino hacia una agricultura más sostenible, porque podrían diseñarse semillas pensadas para reducir el consumo de agua o de herbicidas e insecticidas químicos.
Agricultura urbana
Las ciudades no permanecen al margen de todos estos retos: la agricultura urbana se ha asentado como una de las vías para reducir los desiertos alimenticios o para reverdecer espacios poco amigables con el medio ambiente, como parkings. Las iniciativas se suceden —desde las ciudades que intentan convertir sus estaciones de metro en granjas verticales a quienes cultivan desde casa para ser más autosuficientes— y los beneficios potenciales las convierten en cada vez más atractivas.
En las granjas verticales, la edición genética podría convertirse en el paso casi obligado para lograr un buen rendimiento. Eso es lo que defiende el profesor de la Universidad de Aberystwyth, Huw Jones, que recuerda que las semillas que funcionarán en ese entorno —uno con un crecimiento previsto para este año de un 25% en su valor global— no serán las mismas que lo hacen sobre el suelo. Para responder a ese entorno innovador, se necesitan nuevas semillas y plantas, que tendrán que nacer de la edición genética, defiende el experto.
En paralelo, las especies modificadas genéticamente podrían reducir la cantidad de suelo necesaria para la agricultura, como teoriza Matin Qaim, de la Universidad de Bonn, al ser plantas más resistentes a los problemas de su entorno. Para los entornos urbanos, en los que la disponibilidad de zonas de cultivo son más bajas, esto podría ser también un extra de valor.
Urbanismo genético
Al mismo tiempo, los organismos modificados genéticamente pueden ser una de las piezas clave a la hora de diseñar la ciudad del futuro, respondiendo desde el urbanismo a los problemas que ya amenazan ahora a las urbes.
Se ha demostrado que la existencia de zonas verdes es fundamental para la salud mental de la ciudadanía, pero también para ofrecerles condiciones óptimas en salud física. Los árboles llevan mucho tiempo limpiando el aire y, en un contexto en el que las emisiones continúan siendo demasiado elevadas, esto es todavía más importante. La vegetación modificada genéticamente consigue purificar el aire de un modo más eficiente: una empresa francesa está intentando desarrollar un poto de alta eficiencia que limpiaría de contaminantes hogares y oficinas.
De hecho, la apuesta por biomateriales es una de las tendencias clave en urbanismo en estos últimos años. Esto implica recuperar materiales de uso habitual hace décadas, como el corcho o las fibras vegetales, pero también explorar otras posibilidades, como la de mejorar especies para darles nuevos usos.
La arquitectura genética usa materiales vivos para mejorar los resultados en sostenibilidad de los edificios e infraestructuras. Las investigaciones más punteras buscan aprovecharlos para añadir más servicios. Una hecha en Cataluña consiguió —usando ADN de bacterias— convertir unos limoneros en luminiscentes. Aunque no salieron del laboratorio, lograban ‘encenderse’ al caer la noche. En las calles, podrían hacer innecesario activar el alumbrado público, con lo que esto supondría en ahorro energético.
Otras iniciativas en marcha están intentando crear ladrillos usando hongos. La micotectura ya está empleando hongos y micelios para crear estructuras, un primer paso en lo que se podría lograr.
Sombras a la modificación genética
Aun así, el uso de organismos modificados genéticamente no está libre de sombras. A la ciudadanía le preocupa si tendrán efectos en su salud, algo sobre lo que la ciencia no ha encontrado evidencias en sus investigaciones con animales. Igualmente, se recuerda que los países más afectados por el hambre están en el África sub-sahariana, pero estas semillas modificadas no se plantan en el sur de África.
Imágenes | Markus Winkler, Gabriella Clare Marino