Autora | Raquel C. Pico
Si en los últimos 200 años las ciudades fueron conquistando cada vez más población y poder económico, el siglo XXI no frenará la tendencia. Por el contrario, asentará todavía más el poder urbano. ONU-Hábitat estima que en 2050 el 68% de la población global vivirá en entornos urbanos. Esto no solo implicará un importante movimiento de población, sino que hará más necesario que nunca incrementar su resiliencia.
En el diseño de las ciudades habrá que pensar mucho más en cuestiones como la salud de sus habitantes o la igualdad en el acceso a recursos y servicios, pero también qué puede pasar si las cosas salen mal. La recuperación de desastres debe ser uno de los pilares de la planificación urbana y el urbanismo necesita integrar la gestión de riesgos ya desde el mismo momento en el que se diseñan calles, barrios e infraestructuras urbanas.
No es una cuestión baladí. El cambio climático está haciendo que las emergencias naturales sean mucho más probables y, sobre todo, que resulten más intensas en caso de que finalmente ocurran. Según los cálculos de Naciones Unidas, tres de cada cinco ciudades de más de medio millón de habitantes están expuestas a un “riesgo alto”. Incluso, algunas de estas urbes están amenazadas por más de un tipo de potencial desastre natural. A ello hay que sumar los riesgos humanos, como los de ciberseguridad.
Por eso, el urbanismo moderno se plantea cuestiones como qué ocurriría en caso de lluvias torrenciales o cómo evitar errores habituales en el diseño de áreas cruciales, como las zonas verdes. Pero también aborda qué servicios de recuperación de desastres resultarían necesarios en caso de que ocurriese lo peor.
Planificación de desastres: el camino a la recuperación
La planificación para desastres y para su recuperación implica adelantarse a los acontecimientos y empezar a prepararse para las cosas antes de que estas ocurran. Sea cual sea la emergencia, se contará con un plan y con las herramientas necesarias para ejecutarlo.
En urbanismo, la planificación de recuperación de desastres supone no dejar estas cuestiones al azar. Esto es, en lugar de dejar que la ciudad crezca de forma orgánica, invita a preguntarse qué puede pasar y cómo minimizar los efectos —también cómo asentar las vías más rápidas para volver a la normalidad, incluso de un modo mejorado—. Por ejemplo, eso lleva a evitar construir en zonas problemáticas —potencialmente inundables o inestables en caso de terremotos— por mucho que la lógica económica pueda apuntar en esa dirección o a crear espacios que puedan servir como refugio y espacio seguro para la población.
Una buena gestión de riesgos ayuda a evitar pérdidas humanas, sociales, económicas y hasta naturales. Para comprender qué puede suponer una mala planificación, se pueden analizar las consecuencias del huracán Katrina, que impactó en Nueva Orleáns en 2005. Murió algo más de un millar de personas y se registraron 125.000 millones de dólares en daños y pérdidas económicas. Los efectos perduraron en el tiempo y la recuperación fue lenta.
Urbanismo a prueba de desastres
A la hora de incorporar a la gestión urbana todas estas cuestiones, resulta crucial diseñar un plan eficiente. Se suele hablar de cinco grandes pasos de planificación de recuperación de desastres. Son:
- Prevención. Prevenir es mejor que curar, como indica el refranero. En gestión de riesgos esto implica adelantarse a lo que pueda pasar.
- Mitigación. Ser proactivos a la hora de reducir las pérdidas asociadas al desastre, lo que implica contar con un plan bien delineado de qué se debe hacer, cuándo y cómo.
- Disposición. Por ello, no sorprende que otro de los pasos sea el de estar preparados en todo momento. Hacer simulacros, repasar los planes o preparar a quienes se encargarán de enfrentarse a las emergencias son cuestiones básicas.
- Respuesta. Cuando algo ocurre, el momento inmediatamente posterior importa. Y mucho. La respuesta debe ser eficiente y, sobre todo, neutralizar el golpe que supone la emergencia desde ese primer instante.
- Recuperación. Tan importante como mitigar daños es asumir que las emergencias pasan factura y que la ciudad tendrá que hacer un esfuerzo para corregirlo.
Pero si algo tiene el urbanismo es que puede ir más allá y no quedarse solo en el marco teórico: puede aplicar de forma directa todas estas cuestiones a cómo se levanta la ciudad. Eso es, el urbanismo innovador no es solo apostar por edificios de nueva generación o lanzar aplicaciones smart para reducir las esperas en el transporte público. Es también conocer las áreas grises de las ciudades y solventar los problemas antes de que ocurran.
El uso de las nuevas tecnologías —como ocurre con la IA aplicada al urbanismo— ayuda a hacer una evaluación de riesgos más profunda y a tomar mejores decisiones. Es una de las herramientas para diseñar mejores ciudades y más preparadas para todos los potenciales problemas. Crearlas con todas estas cuestiones en mente las hace más resilientes y las convierte en más seguras para las personas que en ellas viven.
Imágenes | NOAA, Shivendu Shukla