Autor | Jaime RamosLa contaminación es responsable de 8,8 millones de muertes anuales en el mundo según un estudio publicado en European Heart Journal; una cifra muy superior a los datos que hasta ahora se daban por válidos. Igualmente, han tenido que pasar muchos años para que las autoridades de la gran mayoría de países industrializados reconozcan que la contaminación del aire urbano supone un problema real para la población.Este complicado proceso de concienciación mundial encuentra, en el fondo, un dilema sobre nuestros modos de vida. Y es que las emisiones contaminantes provenientes de industria y transporte han dejado en esta década episodios alarmantes para la salud pública de algunas de las ciudades más pobladas, sobre todo en China y en La India. Este último país puede no enorgullecerse de tener siete ciudades en la lista de las diez más contaminadas del mundo.
En busca de soluciones rápidas
Al convertirse en un problema de salud pública de primer orden, las autoridades de estas zonas han buscado soluciones rápidas para una crisis medioambiental que pone en riesgo su reciente escalada de crecimiento económico. Chocan con una situación muy compleja en las que el camino ideal implicaría sacrificios dentro de su modelo de producción, cambiando, por ejemplo, un sistema energético que depende en gran medida del carbón.En la actualidad, China produce casi dos tercios de su energía eléctrica en estaciones de energía alimentadas por carbón. Y es que, en pleno 2017, aproximadamente cada semana se inauguraban dos plantas nuevas.La política energética china comenzaba a venirse abajo en la presente década ante el auge de la contaminación. El gigante asiático es muy consciente de los cambios estructurales que ha de afrontar. Sin embargo, mientras asumen el alto coste que supondría una transición demasiado rápida, optan por soluciones intermedias de dudosa eficacia a largo plazo.
Chimeneas y ventiladores gigantes
Los habitantes de Xi’an, una de las ciudades más contaminadas de China, están siendo testigos de una de esas soluciones que asemejan la silueta de la ciudad al atardecer a la de una urbe distópica. Se trata de una chimenea gigante de 61 metros de altura que funciona como un enorme purificador del aire.Los responsables del proyecto se enorgullecen por la eficacia de un complejo que reduce en un 19% la incidencia de las nocivas partículas contaminantes PM2,5 y las emisiones de ozono. Lo hacen hasta el punto de haberlo logrado en un tiempo récord. Algo similar ocurre con la nueva generación de plantas incineradoras de basura en China. Son remedios acelerados, pero de eficiencia dudosa.
Con la contaminación no hay atajos
Proyectos como el de las chimeneas chinas, que se materializan en instalaciones mastodónticas, no dejan de atraer el escepticismo de la comunidad científica. Los argumentos de los expertos coinciden en apuntar que se actúa sobre los problemas, pero no sobre el motivo que los está originando. Es lo que se conoce más comúnmente como un simple parche. Se solucionan parcialmente los efectos en un momento concreto, pero no las causas de fondo, que subyacen y pueden empeorar.Lo preocupante de este tipo de estrategias contra la contaminación es que no son casos aislados, sino que las encontramos en numerosos puntos del planeta y, lo que es más grave, respaldadas por las autoridades. Otro ejemplo grave lo encontramos en puntos más recónditos, como en Sibay (Rusia). Una nube de humo (procedente, según se sospecha, de una antigua mina de cobre) amenazaba con envenenar la ciudad. La polémica solución local fue instalar ventiladores gigantes en otra dirección.Este tipo de intervenciones no solo tienen lugar en países con políticas energéticas anquilosadas o una pobre trayectoria medioambiental. Por eso resultan especialmente dolosos ejemplos como el francés, que recientemente tuvo que dar marcha atrás en sus planes para instalar carreteras solares tras constatar que se rompían con el paso de los vehículos. Algo que no pocos expertos ya vaticinaban cuando fue inaugurado el primer tramo.Como se puede comprobar, combatir la contaminación requiere de medidas engarzadas en una estrategia que ataque al origen del problema. Pero además, situaciones tan extrañas como las carreteras solares galas o las incineradoras chinas demuestran que no es válida cualquier iniciativa, aunque venga acompañada de un halo de sostenibilidad. La contaminación no es un problema que se pueda atajar únicamente paliando los síntomas con tratamientos experimentales.Imágenes | iStock/PATTRAWUT, iStock/torwai e iStock/Roman Stavila