Autor | M. Martínez Euklidiadas
El fantasma de una tormenta solar amenaza la vida tecnológica a la que las personas se han acostumbrado. Pero ¿cómo afectaría a las ciudades? A diferencia de municipios poco tecnológicos y conectados con redes de alimentos locales a distancias humanas, el mayor reto sería el de dar de comer a los urbanitas. Aunque en el largo plazo todos se verían afectados. Calcular qué pasaría en un apagón y las consecuencias de la actividad de una erupción solar es crucial para realizar una buena gestión de emergencias, pero no se debe caer en el pánico.
¿Qué es una supertormenta solar?
Una tormenta solar es un evento solar relativamente frecuente en el que una tormenta geomagnética solar interactúa con el campo magnético terrestre. Este fenómeno puede ser causado bien por una onda de choque de viento solar, bien por una eyección de masa coronal (CME). Una supertormenta solar, menos frecuente, es un caso particularmente violento de esto último.
¿Cuál es el peligro de una llamarada solar?
Una eyección de masa coronal, también conocida como llamarada solar, es peligrosa fuera del planeta porque se trata de una onda de radiación y viento solar (partículas cargadas). Sin la protección del campo electromagnético (EM) generado por el fluido metálico del interior del planeta al rotar, este ‘impacto’ es mortal. Pero a veces sus efectos se perciben incluso en la Tierra.
Es importante, no obstante, detenerse a pensar en las probabilidades de que nos impacte una de estas llamaradas. Para empezar, la Tierra está a 15.000 millones de kilómetros del Sol, y para que algo así nos alcance la eyección tendría que coincidir con nuestra trayectoria, que el planeta tendría que atravesar justo en el momento en que la eyección llegue a la misma. Es poco probable, que no imposible.
¿Qué le haría una tormenta solar a nuestras ciudades?
Una tormenta solar podría provocar daños eléctricos comparables a un apagón generalizado, así como una desconexión total de internet. Aunque son interdependientes, se tratan de forma separada porque el sistema afectaría a ambos, y ambas redes tendrían que ser parcialmente reconstruidas.
Obviamente, las ciudades son particularmente vulnerables. Sin electricidad no hay internet, pero es que ahora mismo sin internet tampoco hay electricidad. La restauración debe realizarse en paralelo, y por zonas, por técnicos cualificados, y llevaría tiempo.
Un apagón total a escala de ciudad en el que sea imprescindible cambiar hardware de telecomunicaciones cada pocos cientos de metros implicaría el abatimiento de las redes móviles. Las fijas se verían menos afectadas al estar soterradas, y serían más fáciles de reparar en caso de avería. De afectar a una única ciudad, el apagón provocado por una tormenta solar sería pequeño.
El problema, claro está, es que el apagón se dé simultáneamente en cientos de ciudades próximas o en decenas de megaciudades. Pensemos en Centroeuropa o la costa este de China, lugares donde hay muchas personas viviendo en gran proximidad y, más importante, pocos repuestos para el daño generado. Sumado a la falta de productividad agrícola y ganadera junto a las personas, el golpe puede ser duro.
Más allá de la complejidad de llevar suministros básicos para hospitales, dar de comer a las ciudades sería el gran reto a corto plazo. La buena noticia es que existe en el planeta suficiente comida enlatada como para satisfacer la demanda de la región que quede ‘a oscuras’. El reto será ser capaces de transportarla mientras la red va regresando. El peor escenario posible es un apagón mundial.
Los efectos de una tormenta solar
Yendo de lo general a lo concreto, se puede hacer una lista aproximada de los daños que generaría una tormenta solar. Las consecuencias de una erupción solar de grandes dimensiones se notarían en muchas áreas muy diversas. Bajo ese paraguas general del colapso de las redes eléctricas y de comunicación, se encuentras muchos daños concretos con consecuencias específicas en la vida cotidiana.
Por ejemplo, los satélites dejarían de funcionar. Esto implicaría un apagón de comunicación —no pocas áreas dependen de ellos para acceder a internet o a algo tan simple como hacer llamadas de teléfono— pero también uno informativo. Los satélites se usan en áreas tan dispares como la defensa y la meteorología y los datos que generan son cruciales. Algo similar ocurriría con las comunicaciones por radio, que se verían afectadas y podrían llegar a un apagón en los casos más extremos.
En las redes eléctricas, antes de un apagón completo, se pueden registrar problemas de control de la tensión o falsos positivos para los sistemas de emergencia que las controlan. En los picos de tensión estaría un problema indirecto, porque si la infraestructura no está preparada podrían fundir elementos y crear riesgo de apagones.
Incluso, en los casos más extremos de radiación solar, las consecuencias se llegarían a notar en la salud humana. Al aumentar la radiación, también lo haría su riesgo para las personas, aunque solo a altas latitudes (como, por ejemplo, los pasajeros y tripulación de un vuelo). Antes de llegar a esto, habría que pensar también que un impacto en las redes eléctricas o en internet, por muy leve que sea, podría pasar factura a las personas que dependen de estas infraestructuras. La salud se ha tecnologizado mucho en las últimas décadas, solucionando problemas que antes muchas veces no lo tenían. La cara negativa de esto es que una caída tecnológica pone en una situación precaria a esas personas.
Aunque todas estas cuestiones tendrían un impacto global, en el que ciudades y áreas rurales compartirían contexto, sus efectos sobre las urbes serían más notables. Al ser grandes aglomeraciones de población, la cantidad de personas afectadas sería mucho más elevada.
¿Se acerca una tormenta solar?
Ante eventos cataclísmicos cíclicos una respuesta siempre acertada es la de ‘el peligro se acerca’. Ya sea una sequía profunda, un meteorito devastador, una tormenta solar o una pandemia, el peligro siempre está delante. Sin embargo, conviene relativizar mediante probabilidades: que algo vaya a suceder no quiere decir que vaya a suceder pronto. Entonces, ¿se acerca o no?
Sí, una tormenta solar ocurrirá en el futuro, pero no se sabe en qué momento. Una gran tormenta solar sucedió en 1859 (lo veremos más abajo) y afectó a parte de la red telegráfica. La última fue en 1921 y causó algunos incendios en las telecomunicaciones, aunque nada muy serio.
Qué pasaría si se produce una tormenta solar
Con todo, cuando se calculan probabilidades o se habla de lo que puede pasar no había que quedarse solo con las supertormentas. Por ello, preguntarse qué pasaría si se produce una tormenta solar no es una cuestión de retórica —o material para la ciencia ficción—, sino algo mucho más pragmático. Una erupción solar es algo que ocurre y sus efectos llegan al planeta.
En 2003 ya se produjo una tormenta geomagnética —que no apagó las ciudades— y en la primavera de 2024 se está viviendo una nueva. Es la más intensa de los últimos años. “La industria energética establece planes para una serie de eventos que ocurren a lo largo y ancho, incluido el espacio”, tranquilizaba Ross Easton, portavoz de la Asociación de Redes de Energía, cuando desde los organismos científicos se notificaba al público la inminencia de la actividad solar.
¿Cuál fue el evento de Carrington?
El 1 de septiembre de 1859 se produjo el ‘Evento Carrington’, que recibe su nombre de Richard Carrington, astrónomo que observó la erupción solar y la asoció con una tormenta geomagnética por primera vez. Muchas semanas antes ya hubo avistamientos de auroras boreales en latitudes bajas, hubo algunos varios fallos de telégrafos en Europa y América del Norte.
Aunque entre los fallos más graves hubo incendios porque los equipos eléctricos salían ardiendo (las partículas cargadas del Sol producían cortocircuitos y descargas), lo cierto es que el estado primitivo de la tecnología eléctrica hizo que aquel fenómeno quedase en nada. Recordemos que la forma más fiable de enviar información aún era el correo postal. Ahora, las consecuencias serían otras.
¿Estamos preparados para una futura erupción solar?
No vivimos en un 1859 telegráfico ni en el cobre de 1921. Ahora todo depende de internet y del fluido eléctrico (ambos interdependientes) y nuestra tecnología de comunicaciones es una mezcla de cables de fibra óptica, satélites y radioenlaces. ¿El problema? Una supertormenta podría hacer inoperables muchos de estos sistemas, según apunta un reciente estudio titulado ‘Supertormentas solares: planificación para un apocalipsis en Internet’.
Dicho esto, es importante señalar que una supertormenta solar no ‘freiría’ toda la infraestructura de telecomunicaciones, ni mucho menos. Para empezar, algunas tormentas solares duran apenas unas horas. Todas las ciudades ocupan apenas el 2 % de la superficie, lo que quiere decir que solo una pequeñísima parte de la población se vería afectada seriamente en este caso.
A esto hay que sumar que parte de los cables subterráneos están protegidos de eventos solares debido a su profundidad, y que actualmente se dispone de tecnología para lanzar constelaciones de satélites en semanas si se tiene combustible para cohetes. La cobertura sería baja, pero al menos habría algo. Y, teniendo en cuenta que la economía es más térmica (combustión) que eléctrica, muchos sistemas no se verían afectados. Una erupción solar no mandaría necesariamente al planeta y a sus ciudades de vuelta a la Edad Media.
En el peor escenario, la supertormenta duraría meses y reduciría la infraestructura de telecomunicaciones a cero. Según las últimas estimaciones, recogidas en el artículo previo, se tardarían meses o años volver a la ‘normalidad’. Y es que cuanto más tiempo esté desconectado el mundo, más costará reactivarlo debido a sus interacciones.
Una escala de gravedad
Por supuesto, una supertormenta sería la opción más catastrófica. La actividad solar tiene una escala y los impactos de las erupciones solares varían.
La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) cuenta con una serie de escalas para las tormentas geomagnéticas y las tormentas de radiación solar que establecen diferentes niveles, desde lo extremo —y peor— a lo menor. Una tormenta menor simplemente produce fluctuaciones en la red o ligeras alteraciones en la operativa de los satélites o de las ondas de radio. Para el ojo humano, se perciben prestando atención al comportamiento de los animales y al cielo durante las noches. Son en esos momentos cuando se registran auroras boreales en latitudes que no son las habituales.
Justo es lo que acaba de ocurrir en el episodio más reciente: se pudieron ver auroras boreales en zonas de Europa y América del Norte donde no se producen habitualmente. Las auroras son uno de los efectos de una tormenta geomagnética en marcha. La NOAA ha identificado ya en este episodio de 2024 un impacto en las redes eléctricas —que han registrado irregularidades— y en las comunicaciones de alta frecuencia y GPS —que han perdido calidad—.
Prevenir los efectos de las tormentas solares es, en cierto grado, posible. En 1989, Quebec sufrió un apagón eléctrico que duró horas, por culpa de la actividad del sol. La experiencia sirvió como llamada de atención para las administraciones públicas canadienses, que desde entonces han destinado millones de dólares para proteger los transformadores. Centraron en estas infraestructuras su estrategia puesto que son piezas básicas de la red eléctrica y también uno de los daños colaterales habituales en estas situaciones. Protegiéndolos se reducen los riesgos potenciales.
¿Hay un despertar tras un gran apagón?
Bajo las peores condiciones posibles y meses o años de apagón, restaurar la civilización no sería fácil. Las ciudades, incapaces de dar de comer a la población, se habrían convertido en entornos violentos y decadentes. Pero los municipios pequeños tampoco se librarían tras varias olas de migrantes urbanos en busca de qué llevarse a la boca. Sin tecnología, las hambrunas son seguras.
El talento necesario para restaurar la red eléctrica podría dejar de existir, bien por fallecimiento o por deslocalización, por lo que volver a conectar todo tal y como estaba podría necesitar de mucho más tiempo. Al igual que ha ocurrido con la pandemia, la gestión estatal sería una herramienta imprescindible, aunque hace años que se trabaja en minimizar los daños de estos escenarios.
Imágenes | Micael Widell, NASA Earth Observatory, Michael Schaffler, Petr Magera, Cole Marshall, Greg Rosenke