Autor | M. Martínez Euklidiadas
La contaminación del océano ha ido acumulándose durante las últimas décadas. Los vertidos industriales, la escorrentía de explotaciones agrarias y los municipios de costa son algunos de los mayores impactos junto a residuos sólidos (bolsas, latas), la acidificación o el aumento del CO2.
¿Cómo nos afecta la acidificación al océano?
Los océanos absorben cerca de un tercio de las emisiones de dióxido de carbono de la actividad humana, además del 80% del calor generado por este y otros GEI. Por ello, los océanos se están acidificando. Una de las consecuencias más graves de la alta presencia de CO2 es que reduce el CO32-, lo que impide a los corales y otros animales indispensables crecer.
El área coralina lleva décadas en recesión, estimándose que hacia 2030 habrá desaparecido la mitad del coral del planeta, y hacia 2050 el 90%. Ya en 2012 la Gran Barrera de Coral se encontraba en un muy mal estado de conservación. De los arrecifes de coral depende el 25% o más de la biodiversidad oceánica, por lo que su destrucción impactaría de forma notable a las personas.
Microplásticos en la comida
Uno de los puntos más sonados es la contaminación oceánica por microplásticos. Hace tiempo que se sabe que la mayoría de los plásticos no puede degradarse. En su lugar se subdivide y fragmenta, liberando metano en el proceso. Es un potente gas de efecto invernadero. Aunque, por desgracia, el efecto más inmediato del microplástico es aparecer en la dieta.
Un informe de la Universidad de Newcastle (Australia) para WWF confirmaba que cada semana las personas ingeríamos en 2019 una media de cinco gramos de microplásticos. El grueso de esta cantidad procede de la actividad pesquera. Aunque no se sabe qué efectos pueden tener a largo plazo, las lesiones intestinales que generan en la fauna marina dan una idea de que buenos no son.
Lejos de ser causados por los principales sospechosos (las botellas PET y las bolsas de plástico) la realidad es que el grueso de microplásticos proviene de la industria, las prendas sintéticas y los detergentes con microplásticos disueltos.
Ciudades y contaminación oceánica
Cerca del 10% de la población mundial se encuentra en zonas costeras a menos de 10 metros sobre el nivel del mar. Que suba el nivel debido al calentamiento global es sin duda un problema para estas personas. La rápida urbanización costera está reforzando este ciclo con grandes vertidos contaminantes.
A medida que millones de personas se asientan en ciudades costeras cada año, crecen los vertidos urbanos a mares y océanos. Áreas como el Mediterráneo se han convertido en vertederos improvisados, y los municipios que dependen de los recursos del océano se ven afectados por su falta de planificación.
Las actividades humanas del interior también aportan su granito de arena a la contaminación de las masas de agua. El uso de fertilizantes ricos en nitrógeno de la agricultura o la contaminación por purines alteran el crecimiento de algunas algas junto a los estuarios, bahías y deltas, consumiendo el oxígeno del agua.
Dado que otras especies acuáticas se ven incapaces de sobrevivir en este entorno, las zonas afectadas pierden biodiversidad rápidamente. A estas se las conoce como ‘zonas marinas muertas’, y por desgracia no dejan de crecer. En ellas pescar no es posible, y los pesqueros han de recorrer distancias mayores, contaminando más para obtener la misma pesca.
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