Autor | Jaime Ramos
Los desastres naturales —y sus consecuencias— invitan a reflexionar sobre qué se puede hacer para mejorar la resiliencia de ciudades y regiones ante sus efectos. Los terremotos de Turquía o Siria y sus elevadas cuentas de víctimas han sido algunas de las últimas alertas. Las ciudades tienen una importante responsabilidad a la hora de afrontar los desastres naturales y, especialmente, los terremotos. Un terremoto que se sitúe en la parte alta de la escala Richter puede tener efectos devastadores.
El modo en el que se construyen, se organiza o hasta se diseñan sus estrategias de respuesta a crisis son fundamentales para evitar que los costes sean excesivos. Los terremotos en Japón son habituales, por lo que el país y sus ciudades son referentes sobre buenas prácticas sísmicas.
¿Existe más margen para salvar vidas? La experiencia japonesa demuestra que sí. El análisis de cómo la ciudanía japonesa ha lidiado con los azotes sísmicos en sus ciudades a través de sus estrategias urbanísticas y arquitectónicas es una valiosa lección de la que otras localidades y regiones en zonas de riesgo sísmico pueden aprender.
Japón y los terremotos: un aprendizaje histórico
Las más de 3.000 islas japonesas están situadas en una región con una vehemente actividad geológica y sísmica, una situación parecida a la de la península de Anatolia. Esto es clave para entender por qué se producen tantos terremotos en Japón. El país se sitúa dentro de un área aún más vasta conocida como el Cinturón o Anillo de Fuego del Pacífico y que incide en todo su perímetro oceánico, desde las costas de América, hasta Asia, Oceanía y la Polinesia.
Esta denominación se aplica al fenómeno de subducción de placas, es decir, el hundimiento de una placa bajo otra. Esta acción de roce entre placas es la principal culpable de los seísmos. En Japón se producen al año más de 5.000 terremotos, de los que “solo” una quinta parte son perceptibles y “no tantos” resultan catastróficos.
Ahora bien, y como ocurre en otras partes del mundo, el riesgo y las consecuencias de los grandes terremotos y sus efectos asociados (como maremotos o tsunamis) existe y forma parte de la experiencia nipona. De hecho, la Universidad de Tokio señala que la capital cuenta con un 98% de posibilidad de padecer un gran terremoto en las próximas tres décadas.
El terremoto en la historia japonesa
Los eventos sísmicos están tan embebidos en su cultura que cuentan con una explicación tradicional y religiosa. El mito que lo explica se refiere a un yokai (criatura o demonio) con forma de siluro gigante llamado Namazu. El dios Kashima es el encargado de su control, sin embargo, en ocasiones esta divinidad se despista y Namazu, con su cola, provoca el desastre. No son de extrañar las miles de réplicas y analogías en la ficción japonesa en forma de amenazas que llegan del mar.
Esta presencia en la cultura va paralela a una larga experiencia de terremotos y eventos sísmicos. La historia de los terremotos en Japón abarca siglos, aunque el ejemplo más trágico está relativamente cercano en el tiempo.
Se considera que el terremoto de Kantō fue el terremoto más dañino. Sucedió en 1923 y, con una magnitud de 8,2 en la escala Richter, destruyó la ciudad de Yokohama y afectó seriamente a varios municipios vecinos, incluido el del Tokio. Las cifras de fallecidos y desaparecidos se contaron en cientos de miles y algo más de medio millón de hogares se vieron dañados. El impacto de este terremoto fue tan notable que, décadas después, Japón convirtió su aniversario en el Día de la Prevención de Desastres.
Antes de este sismo, ya se había registrado un gran terremoto en 1707. Después, hubo terremotos notables en 1995, 2007, 2008, 2010 y, especialmente, en 2011. El terremoto de 2011 —el que está ahora mismo más presente en la memoria colectiva— generó un tsunami que impactó en cerca de una veintena de países asiáticos.
¿Cómo fue el terremoto de Japón de 2011?
Ese último gran terremoto fue el 11 de marzo de 2011. Coincidió con ser el peor y más intenso desde que existen registros. En su momento álgido alcanzó una magnitud de 9,1 M**~w~** (en Turquía y Siria en 2023 se registraron, de forma consecutiva, 7,8 y 7,7 M~w~). La cifra de fallecidos ascendió a 19.759 personas.
El fenómeno de 2011 resultó devastador y trajo asociados toda una serie de consecuencias fatales, como el desastre en la Central Nuclear de Fukushima. Japón aprovechó la ocasión para reforzar una estrategia que el país lleva décadas siguiendo. Y es que, pese a la gravedad del de 2011, en la historia de Japón encontramos otros aún más aciagos, como el de 1923, que asoló Tokio y causó 140.000 muertos.
¿Qué medidas históricas ha tomado Japón para reducir el impacto de los terremotos?
Sin ser tan intensos en la escala Richter, la región de Fukushima ha experimentado tres terremotos de entre 7,4 y 7,1 M~w~ (en 2016, 2021 y 2022). Resulta muy significativo que las cifras de muertos, tanto las estimadas como las confirmadas, no superasen en cada ocasión la decena. Esto se deben no solo a que los seísmos fueron menos violentos, sino también a su plan de medidas históricas. La historia del terremoto en Japón se ha convertido en una lección continua para el país, que ha aprendido de las experiencias pasadas para evitar repetir sus efectos más funestos.
¿Cómo resiste Japón a los terremotos?
En el día después del terremoto de Japón de 1923, la ciudadanía se encontró ante pilas de ruinas. Los edificios de las ciudades se habían construido emulando la arquitectura europea y no resistieron el empuje del terremoto de Kanto. Japón desarrolló entonces su primer código de construcción, pensado para que sus ciudades fuesen resistentes al empuje sísmico. Las primeras normas obligaban a usar acero y hormigón, así como vigas más gruesas si se construía en madera.
Desde entonces, Japón se ha convertido en paradigma de cómo construir con eficiencia sísmica. La prevención ante terremotos forma parte de las líneas maestras de actuación urbana. Comienzan con la inclusión en la agenda política, en especial, dentro de la normativa y planes impulsados por el ministerio encargado de las infraestructuras. Un informe de este organismo en 2018 analizaba la situación para concluir que, de los 53,6 millones de viviendas registradas en el país, 46,6 millones incluían sistemas o tecnologías de resistencia ante seísmos.
En 1981, Japón volvió a actualizar su código de construcción, lo que le permitió optimizar todavía más la preparación ante terremotos con un sistema de retrofitting más eficiente. La práctica ha demostrado que han ganado en eficiencia: cuando en 2011 se repitieron las mismas condiciones del terremoto de Kanto, los edificios lograron resistir el embate. Las elevadas cifras de muertes que causó en el continente asiático no fueron derivadas del temblor y sus efectos sobre el suelo japonés, sino por el tsunami que impactó justo después en las costas.
Los tres niveles de retrofitting ante terremotos en Japón
Aunque a nivel global existen tres tipos de tecnologías de refuerzo antisísmico (por disipación, resistencia y por deformación-ductilidad), Japón lleva perfeccionando desde 1981 programas de retrofitting basados en una clasificación propia en tres niveles:
- Taishin. Obligatorio y basado en el refuerzo de las estructuras genuinas de los edificios, como vigas, pilares o paredes. Los estándares van dirigidos, tanto a perfeccionar la estructura, como su mayor vigor.
- Seishin. Recomendado para los edificios que ganan altura, sobre todo en ciudades. Se vale de una serie de tecnologías que amortiguan, absorben y desempeñan una labor de control de las vibraciones.
- Menshin. Incluye los métodos para aislar la estructura del edificio del terreno. Se trata de la tecnología recomendaba más avanzada, pero también la más costosa.
Aunque los nuevos edificios incluyen de serie estas medidas, sigue habiendo mucho trabajo por delante. Por ejemplo, una inspección llevada a cabo en 2021 en Tokio resaltó que el 93% de las 4.000 viviendas de madera anteriores al año 2000 requieren retrofittings concretos.
Sistema de predicción y alertas
Igualmente, otras de las piezas clave es la preparación ciudadana. Las políticas japonesas ante los seísmos se fundamentan en la prevención. Así, existe un sistema nacional de alertas centralizado en la agencia estatal de meteorología. Los avisos para la población se activan al detectarse una posible amenaza que supere los 5 M~w.~ Los medios de comunicación se convierten en fuentes oficiales de información sobre el terremoto y sus efectos y en los hogares las personas tienen kits de supervivencia ante el desastre. Antes, el sistema educativo ya ha preparado a la ciudadanía para saber qué hacer: en los colegios se hacen simulacros que enseñan cómo actuar ante un terremoto.
Ahora bien, esta tecnología también ha sido objeto de críticas, sin ir más lejos, tras el gran terremoto de 2011. Por entonces, la gestión no fue todo lo efectiva que se requería. La alerta se dio demasiado pronto, sin dar tiempo a un análisis de los expertos. También se infravaloró el potencial destructor del terremoto. De este modo, hubo población que volvió a sus casas antes de tiempo, bajo la creencia de que “lo peor ya había pasado”.
La estrategia de Japón ante los desastres naturales
El trabajo ante los terremotos en Japón va paralelo a una estrategia-país ante los desastres naturales. Las ciudades japonesas no solo piensan en qué ocurriría en caso de terremoto, sino que se preparan para otras eventualidades. También lo hace su población: cada mes de septiembre se celebra la Semana de Preparación ante Desastres, en la que la ciudadanía comprueba que está preparada para este tipo de situaciones. Por ejemplo, comprueban los recursos de emergencia que tienen en casa.
Entre los planes de la ciudad de Tokio está el de alcanzar para 2040 la absoluta resiliencia ante desastres. Además de terremotos, la urbe trabaja para prepararse para explosiones volcánicas, inundaciones, ciclones, caídas del suministro de energía o pandemias. La planificación urbana es fundamental para conseguirlo.
Prevención y tecnología
La experiencia japonesa deja patente que las labores de prevención requieren de unos niveles muy avanzados de especialización tecnológica. Los fenómenos sísmicos resultan, en ocasiones, complicados de determinar en intensidad, tiempo y espacio. En este sentido, la metáfora de la imprevisible cola del gran pez agitando el océano sigue, a día de hoy, pareciendo acertada.
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