Autor | Jaime Ramos
Igual que los simuladores urbanos tipo Sim City, los juegos de simulación agrícola se han convertido en todo un fenómeno dentro del mundo de los videojuegos. En ellos el jugador aparece como una especie de gestor omnipotente que todo lo ve y controla, en gran medida gracias a la interconexión de las funcionalidades de la granja. ¿Es posible extrapolar este escenario al sector primario actual de la misma forma en que Sim City ha inspirado incontables gemelos digitales?
El día a día de un granjero no es tan lúdico. Cambio climático, plagas y los inestables precios que se pagan por sus productos, entre otros factores, condicionan su supervivencia.
¿Qué es la agricultura conectada?
Es un sector del que vive el 40% de la población del planeta, que a su vez alimenta al otro 60%. Por eso, no podemos permitirnos el lujo de dejarlo a la deriva, ajeno a las ventajas tecnológicas actuales. De hecho, según estimaciones manejadas por las Naciones Unidas, en los próximos treinta años el sector primario deberá aumentar su producción en un 70% para atender la demanda de la población de 2050.
Es un reto velado que exige un campo inteligente. Dentro de esa inteligencia, que también implica a los espacios urbanos, las denominadas granjas conectadas protagonizarán una revolución imprescindible.
El objetivo de una granja conectada es aplicar las tecnologías de telecomunicaciones existentes para incrementar el control sobre las instalaciones agrícolas, de modo que la eficiencia en la gestión se eleve.
¿Cómo implementa el Internet de las Cosas la agricultura?
La granja conectada se basa en buena medida en el Internet de las Cosas (IoT). Mediante la instalación de sensores en la infraestructura agrícola, un granjero puede consultar digitalmente factores que antaño requerían de pericias específicas o que sencillamente eran imposibles de anticipar.
Estas herramientas, permiten controlar plagas o enfermedades en animales, monitorizar cultivos o ganado, o gestionar con mayor precisión las necesidades en la cría o de irrigación. Igualmente, ya existen tecnologías de pulverización inteligente capaces de distinguir entre cultivo o mala hierba e incluso maquinaria y robots que operan de forma autónoma.
Además, el uso de algoritmos y de instrumentos analíticos abre el camino a sacar mayor provecho de los recursos.
¿Cómo afecta la tecnología a la cosecha? Ventajas y desventajas
Las nuevas redes de interconexión agrícola se encuentran repletas de ventajas y de algún inconveniente:
- Ahorro en el consumo de agua.
- Mejora de la productividad, reducción de costes y ser capaces de ofrecer precios más competitivos.
- Información única sobre el clima: niveles de radiación solar, de humedad, lluvia, etc.
- Alertas climatológicas como detectores de heladas con notificaciones para anticiparse a estos fenómenos.
- Reducción de emisiones derivadas del sector.
- Gestión en remoto de los procesos.
- Mayor control de la salud de los cultivos.
- Mapeado de cosechas.
- Precisión en los inventarios.
Por contra, la digitalización del campo entraña una inversión compleja. No solo por “lo caro” que supone. Puede favorecer ciertas discriminaciones entre países o diferentes áreas del planeta que no tienen acceso a tales tecnologías.¿Hay alternativas? No muchas, la verdad. La conectividad es un factor que pesa mucho en términos económicos. Según datos del Centro McKinsey de Conectividad Avanzada, si la conectividad se integra con éxito en la agricultura, elevaría en 500.000 millones de dólares el valor de la producción mundial.
Para ello, se precisa de un despliegue digital sin precedentes y que dista de ser sencillo, sobre todo en materia de telecomunicaciones. Por eso, y pese a las ventajas innegables de estas tecnologías, consolidar la granja conectada no será un juego de niños.
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