Autora | Raquel C. Pico
Las necesidades de distanciamiento social de la pandemia impulsaron como ningún otro fenómeno previo el trabajo remoto. Es posible que antes de la crisis sanitaria no todos los trabajadores —y mucho menos sus jefes— fuesen capaces de responder a la cuestión de qué es el trabajo en remoto, una práctica en la que las nuevas tecnologías permiten cumplir con las obligaciones laborales desde el hogar sin necesidad de pisar la oficina.
Como demostró rápidamente la práctica en esos meses, los efectos del teletrabajo pueden ser muy positivos. Abre el abanico para la captación de talento —que ya no está limitada por la geografía—, elimina pérdidas de tiempo superfluas —como todas las horas que se van en el día yendo y viniendo a la oficina— o simplifica la conciliación. Aun así, no todos los implicados han estado tan convencidos desde el primer momento de los beneficios del trabajo remoto. Su lista de preocupaciones incluye el temor a que la productividad caiga, las dudas sobre el uso del tiempo por parte de la plantilla o la preocupación a que aumenten los riesgos en ciberseguridad.
Esto ha llevado a que se produzca un atemperamiento de los números tras el éxito durante la pandemia. Estados Unidos es un ejemplo: tras haber alcanzado el 50% del personal en remoto en la primavera de 2020 —frente al 6% prepandemia—, las cifras de teletrabajadores han bajado hasta el 28%.
Cómo afecta el trabajo remoto a la sociedad
Las consecuencias del teletrabajo van más allá de la cultura de trabajo: son transversales a áreas tan variadas como la conciliación, la diversidad en las plantillas o el urbanismo. Sobre este último punto, los movimientos de población, los cambios de usos en los espacios o los efectos sobre las horas valle y punta en los transportes públicos definen el impacto del trabajo en remoto en las ciudades.
En un primer momento, se temió que el trabajo en remoto supusiese la muerte del barrio de oficinas. Las imágenes de la City de Londres vacía y los cierres y pérdidas de cadenas de comida orientadas a dar servicios a los trabajadores que hasta entonces acudían en masa a esas zonas llevaron a predecir una transformación urbana y la muerte de las áreas de negocios.
Fue una tendencia muy a corto plazo. Como confirma un reciente análisis de Gallup, “el estilo más común de trabajo entre los empleados que pueden teletrabajar es el híbrido”. Los edificios de oficinas y las capitales financieras no desparecerán porque lo más habitual es que las empresas opten por modelos mixtos, que combinan días de trabajo presencial con otros a distancia. Aun así, la hibridación sí podría liberar espacio y conseguir recuperar como espacios habitacionales zonas antes solo destinadas a oficinas.
El trabajo híbrido es una de las grandes tendencias actuales del teletrabajo. También lo son que se esté normalizando contar con personal que trabaja desde otros países —una internacionalización de la plantilla gracias al potencial de esta práctica— o que se piense más en cómo afectará a largo plazo. La necesidad de crear una regulación que aborde todas estas cuestiones es otro de los puntos de contención.
Los efectos del teletrabajo
De hecho, la tendencia en teletrabajo que genera ahora más preocupación no es tanto la de qué ocurrirá con los espacios de oficinas, como la de qué pasa con aquellos destinos que se han convertido en polos de atracción para quienes pueden trabajar en remoto. Dado que esta práctica permite la movilidad, no son pocos quienes lo aprovechan para recorrer el mundo o irse a zonas con un coste más bajo o con un estilo de vida más deseable.
Pero esta cultura del trabajo remoto está suponiendo un peaje para los habitantes de aquellas áreas de destino para los llamados nómadas digitales. Tras las quejas de la década pasada contra la gentrificación primero y la turistificación después, llegan ahora las protestas contra esta nueva fórmula.
El lado negativo de los nómadas digitales
Los nómadas digitales traen una subida en los precios de los alquileres en áreas que muchas veces ya están tensionadas o una ocupación casi turística de espacios públicos que la ciudanía espera que estén destinados a la vida diaria. Esto crea un choque entre quienes viven en esas ciudades y quienes llegan atraídos por sus calidades. Lisboa, Medellín o Ciudad de México son algunas de las urbes en las que ya se han producido quejas.
En cierto modo, los trabajos remotos y los cambios que implican están llevando a las ciudades a enfrentarse a cuestiones claves que van más allá de lo que la cultura del teletrabajo implica. Son cambios estructurales muy conectados a las grandes tenencias sobre cómo se quiere vivir en el siglo XXI. Esto es, invitan a cuestionar los vínculos entre vida privada y trabajo, la distribución de los espacios públicos o la estrategia que las ciudades deben seguir para ser accesibles a todos sus habitantes.
Imágenes | Ostap Senyuk, Kristin Wilson